Guerra y Paz es el título de un libro, pero también es el guion de los informativos televisivos. Nos gusta la paz y queremos olvidar la guerra, confinada a lugares extraños y distantes. O a veces en lugares más cercanos, bañados por nuestro mar, o lugar de origen de nuestra señora de las tareas domésticas. Entonces no podemos decir que no sabemos nada, así que bajamos la vista, cambiamos de canal, o nos concentramos en el plato que estamos cenando, creyendo que de este modo no habrá heridos, mutilados, niños huérfanos, hombres desmembrados.
En París se celebra cada año una feria de armamento militar, este año dedicada a (aguanten la risa) “Lógicas de la defensa e inteligencia artificial”. Informáticos, economistas, ingenieros, analistas diversos, investigadores o expertos en sanidad, se reúnen con líderes políticos, contratistas y militares, y discuten la eficiencia relativa de cada nuevo descubrimiento. Son muy poco cultos: ignoran, por ejemplo, que después de dos años de guerra en Ucrania, las posiciones de los dos ejércitos son exactamente las mismas que antes. De modo que se podrían haber quedado quietos, limitándose a cantar himnos nacionales y exhibir uniformes, y la situación sería la misma, ahorrándose las (aproximadamente) 350,000 bajas registradas. (Es cierto, sin embargo, que sin dos años de guerra, la cifra de negocio del sector sería mucho menor).
Esto se puede generalizar: una guerra es algo esencialmente ineficiente. Destruye vidas, rompe cosas, arrasa un país, con costos de valor mucho más alto que los hipotéticos beneficios que puedan salir de ella. Y si hablamos de los costos morales (esto que ahora llaman “reputacionales”), el impacto es terrible: ¿cuántos años le costará a Israel hacer que el mundo árabe-islamico olvide Gaza? Y estos costos son enormes para todos, sin ninguna excepción: en el lapso de una generación hemos visto huir del Afganistán tanto al ejército ruso como al estadounidense.
De modo que, aunque parezca una obviedad, una paz es siempre preferible a una guerra. Y solo aquellos que ganan dirán que esto es una ingenuidad. Es mejor, en definitiva, ser amigos que ser enemigos. Y por eso nos llamamos Amigos de la UAB, ¿no?
Joan Botella, Catedrático Emérito de la UAB